He hecho algo inusual en nuestros tiempos. Renuncié a mi trabajo y, contra
todo pronóstico, sigo viva. De hecho, estoy bien , nunca me había sentido con
tanta energía y me parece que eso es bueno.
Creo que la mayor parte de eso que llamamos
presión social puede
resumirse en una pregunta cotidiana: “¿En qué trabajas?, ¿Para quién o en
dónde?” El mundo no está preparado para escuchar la respuesta de “haciendo
realidad un sueño, un proyecto personal”, “estoy creando una serie fotográfica
de lo que la gente pisa con la suela de sus zapatos”, o “toco el Ukelele”.
No. El mundo no está preparado para escuchar que tenéis escrita una lista de
objetivos idealistas, aunque sean
específicos, medibles, alcanzables, aunque
tengan sentido y significado; y que además estés tratando de tachar punto por
punto de esta lista. El mundo además cree que esa es la opción fácil, cuando en
realidad cuesta y cuesta desde adentro porque la verdad es que para ese mundo,
es más fácil complicar que simplificar.
Me cuesta creer que haya gente de mi edad que sigue soñando con jubilarse
para dedicarse a aquello para lo que nació cuando tenga prescripción médica
para enfermedades derivadas del estrés de toda una vida y por fin libere la
hipoteca de una casa llena de cosas inútiles que no podrá llevarse a la tumba.
¿Por qué seguimos viviendo como si fuera a haber tiempo siempre? (una vieja
pregunta).
Ayer por ejemplo estuve caminando por el centro y curiosamente en diferentes
momentos, me encontré con tres amigos. Todos de escalas socioeconómicas
diferentes (así nos miden ¿no?). Eran las 5:30 pm y los tres estaban
devastados, ojos rojos, lentos, torpes. No eran lo que yo he conocido de ellos.
Por supuesto me hicieron espejo, me vi a mi misma hace días, secándome.
Cuando estamos ocupados nos volvemos estúpidos, estoy convencida de que las
mejores ideas, proyectos y la mejor versión de nosotros mismos surge cuando nos
regalamos tiempo… y esto es raro porque nacemos con tiempo pero malvendemos las
horas de nuestra vida a empresas y a proyectos en los que no creemos y cuyos
valores no compartimos.
Todos los días leo posts, tuits o converso con amigos y me convenzo de que
resulta extremedamente complicado obtener éxito/felicidad/satisfacción o que
nos vaya bien, haciendo algo que no amamos. Yo creo que no hemos venido a este
mundo a hacer cosas que odiamos a cambio de unos cuantos euros, sería pedirle
demasiado poco a la vida. Tampoco es justo dejar de hacer algo que amamos por
dinero y para ello hay que estar muy conectado con los pocos deseos, deben ser
pocos,
que nos son esenciales.
(Ahora parezco Coelho… perdón, es lo que me atraviesa en este momento y este
es mi blog).
¿Y esto cómo para qué o por qué? Para
vivir. El dinero llegará
como consecuencia, como valor o señal de que le estamos aportando
algo al mundo o a la sociedad a la que elijamos pertenecer. Esto hasta el más
racional lo sabe, el dinero fluye y como se va, vuelve. Después de todo el
dinero es, lo que hagamos con él. Algunos aún sueñan con acumularlo… yo creo
que en ese sentido, es más importante la vocación que el dinero.
Me quedo con esa frase que le escuché a Pepe Mujica, uno va haciendo suyas
algunas frases, “Cuando tú compras con plata, no compras con plata, compras con
el tiempo de tu vida que tuviste que gastar para ganar esa plata”,… hay que
escuchar a los sabios.